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Black Power costumbrista: cómo El príncipe de Bel-Air cambió nuestra forma de entender la cultura afroamericana

Mucho antes de la bofetada, Will Smith hizo historia

Black Power costumbrista: cómo El príncipe de Bel-Air cambió nuestra forma de entender la cultura afroamericana
Juan Carlos Saloz

Juan Carlos Saloz

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Antes de la hostia de los Oscars y de su posterior cancelación por parte de Hollywood, Will Smith se había convertido en la estrella intocable de Hollywood. Un actor de renombre capaz de interpretar los personajes más divertidos y más tristes, con un carisma sin igual y un buen humor que enamoraba a cualquiera.

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Desde Aladdín hasta Soy Leyenda, Will Smith se había forjado un nombre sin igual en Hollywood, que acabó explotando con el Oscar que ganó el mismo día que todos se le echaron encima. Pero es importante recordar de dónde viene todo, porque la tarea de Smith no fue solo crecer como un actor de primera, sino llevar a todo el globo un Black Power desde la tranquilidad, la diversión y el costumbrismo. Porque lo que hizo con El príncipe de Bel-Air aún resuena en nuestros días.

El rapero que conquistó la televisión

En 1988, un Will Smith reconocido tímidamente como The Fresh Prince por su faceta como rapero impactaba en todo el mundo gracias a Parent Just Don’t Understand, la canción principal de su segundo disco. En el videoclip de la canción, que ganó el Grammy al mejor rap, graffitis sacados de la subcultura estadounidense adornaban una habitación de paredes blancas.

La única decoración extra era un radiocasette de la época, un remanso de armonía para cualquier amante del hip hop. Pero la extraña paz se perturbaba pronto, cuando una supuesta madre de Will irrumpía en el cuarto y le abroncaba por multitud de desavenencias generacionales: desde la marca de zapatillas que vestía hasta la hamburguesa que decide comer en McDonald’s.

Con el foco puesto en una modesta rebeldía adolescente, Smith y su compañero DJ Jazzy Jeff conseguían, con esta canción, llevar el rap a una vía poco explorada hasta el momento: el costumbrismo. Aunque el hip hop ya había conseguido una gran popularidad en todo el mundo, seguía arraigado a una vía reivindicativa que ensalzaban grupos como Public Enemy o Run-DMC. Sin embargo, Smith transportó al género ideas frescas que no tenían tanto que ver con la justicia social como con la empatía general. Y, gracias a ello, consiguió extender el rap a todo el globo.

Aunque es evidente que The Fresh Prince estaba influenciado por los anteriores grupos, el músico y posterior actor consiguió traer al mundo una nueva visión sobre la igualdad racial. Los blancos ya no eran el punto de mira de la lucha. Ahora podían verse perfectamente identificados por unas letras que, sin perder la esencia de quien las escribía —alguien proveniente de una clase social baja y que había tenido que labrarse un nombre gracias a su esfuerzo—, hablaban de sentimientos globales.

DJ Jazzy Jeff & The Fresh Prince fue el grupo que mejor retrató el final de los años ochenta, haciendo especial hincapié en la generación que estaba llegando a la edad adulta. Pero al principal integrante de la banda todavía le quedaba dar el gran paso a la ficción, convirtiendo su “Black Power costumbrista” en un fenómeno global que marcaría a varias generaciones durante la siguiente década.

Una historia afroamericana

El origen de El príncipe de Bel-Air se encuentra en Benny Medina, mánager musical que, junto a su socio Jeff Pollack, decidió retratar su propia vida en una serie de televisión. Medina se había criado en East Los Angeles, el barrio más pobre de la ciudad donde era testigo, día sí y día también, de episodios de crimen y violencia. Parecía condenado a continuar por la senda que sus familiares y conocidos ya habían recorrido, pero se hizo muy amigo de un joven blanco que vivía en Beverly Hills. Medina consiguió que le dejaran vivir con él, así que pasó de estar condenado a una vida pordiosera a convertirse en un productor de primera línea.

Sin embargo, el mensaje que iba a dar con una obra autobiográfica distaba mucho de su parecer. Medina no quería que se diera a entender que una familia de raza blanca salvó la vida a un pobre negro que no tenía donde caerse muerto. De este modo, sin dejar de lado la esencia de la ficción que estaba preparando, hizo que la familia rica fuera afroamericana. Tal y como explicó en su día en la revista Ebony, “así pudimos explorar el prejuicio entre personas de color, así como la diferencia de clase entre ellos”.

En El príncipe de Bel-Air los blancos no tenían hueco, tan solo eran un relleno necesario para personajes secundarios. Todos los protagonistas eran negros, pero esto no influenció —para mal— en su éxito. Fue una de las series más seguidas de los noventa, y no solo en EEUU. En España, gracias a su emisión original en cadenas autonómicas y más tarde en Antena 3, se convirtió en un referente sin igual que consiguió que los crecidos en esta generación conocieran, en tono humorístico, la realidad norteamericana en torno a las clases sociales.

De igual forma, en Latinoamérica la serie llegó bajo el nombre de El príncipe del rap (en Bel-Air), haciendo hincapié en la figura de Smith como cantante de hip hop. Gracias a su emisión en prácticamente todos los países del continente, esta realidad mucho más cercana a su cultura también se hizo un hueco inestimable en el imaginario cultural.

Con la desigualdad social como principal baza, en una misma familia podíamos ver a un hombre de negocios mordaz como Philip Banks coexistir con su mayordomo Geoffrey Butler. Al partir todos de la misma base minoritaria —la etnia afroamericana—, lejos quedaba la lucha de clases para dar pie a una lectura mucho más cercana al sueño americano de John F. Kennedy.

Sin embargo, la incorporación de Will Smith a la fórmula daba paso a temas sociales mucho más identificativos con su cultura, sin miedo a retratar el alcoholismo o la criminalidad impulsada por las pocas oportunidades. Smith cubría a la serie de un aura cool que la hacía atractiva para personas de todas las edades; todo tema polémico dejaba de serlo al pasar por el actor. El príncipe de Bel-Air fue de los primeros grandes productos culturales que colocó al hip hop en primera línea, de forma que sirvió para que muchos descubriéramos un panorama musical que difícilmente nos podía llegar por otras vías.

Desde el primero hasta el último actor de El príncipe de Bel-Air, todos parecían escogidos a la perfección para su papel, pero la elección de Will Smith fue la clave para que el show funcionara. No en vano, el actor interpretaba a un personaje que se llamaba exactamente igual que él.

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Vidas paralelas

Nacido en el oeste de Filadelfia —como bien retrata el opening de la serie—, la vida de Smith había estado lejos de la de Benny Medina. Estudió en una escuela privada católica y, a pesar de que su familia no era especialmente adinerada, nunca tuvo problemas para avanzar en su carrera. De hecho, recibió una beca para estudiar en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) —según él, porque necesitaban niños negros para rellenar—, aunque la dejó de lado para dedicarse al rap. 

A pesar de sus pocas similitudes biográficas con el Will Smith de El príncipe de Bel-Air, el actor había conseguido a pulso convertirse en el icono de una década. Solo él podía retratar los problemas sufridos por su colectivo con una sonrisa enorme en su rostro, haciendo que todos nos pusiéramos en su piel y entendiendo cada uno de los matices que aportaba su personaje.

Con el paso del tiempo, su faceta como actor de primera categoría le llevó a alejarse de lo que le caracterizó en un primer momento, pero fueron los seis años en los que se puso al frente de este característico personaje los que le convirtieron en quien llegó a ser en las siguientes décadas.

Más allá de El príncipe de Bel-Air

El príncipe de Bel-Air no fue el único show que impulsó el Black Power costumbrista. Cosas de casa (Family Matters) fue la otra gran producción que ensalzó este subgénero noventero. Estrenada un año antes que la serie de Will Smith —en 1989—, su concepción no distaba demasiado de cualquier sitcom creada hasta entonces.

En un principio, la serie se centraba en Carl Winslow, oficial de policía que tenía que hacer las veces de padre de una familia numerosa. Pero, en mitad de la primera temporada, la inclusión del molesto vecino friki Steve Urkel cambió para siempre a la serie. En lugar de seguir retratando las idas y venidas de una familia tradicional, pasaron a centrarse en la peculiar figura de este vecino tan enternecedor y molesto a partes iguales.

Cosas de casa tuvo un impacto sin precedentes a nivel internacional. A España llegó de forma similar a El príncipe de Bel-Air, con una gran audiencia en su emisión en Antena 3. Pero todavía más repercusión tuvo en Latinoamérica, especialmente en México y Argentina. El secreto de su éxito residía en Steve Urkel, personaje encarnado por el actor Jaleel White, pero tanto las tramas como los personajes seguían una estructura clásica de sitcom.

No pretendía innovar en ningún sentido. De hecho, ni siquiera se recurría a la cultura del hip hop como sí se hacía en El príncipe de Bel-Air. Pero el hecho de que todos sus protagonistas fueran negros provocó que el colectivo se viera identificado sin prejuicios de por medio.

Junto a Cosas de casa, surgieron varios proyectos similares. En 1996, Nikelodeon estrenó Kenan y Kel, una sitcom que contó con cuatro temporadas y triunfó sobre todo entre el público adolescente. Básicamente, la trama se basaba en las desventuras de dos amigos afroamericanos hiperactivos, que pasaban por todo tipo de desgracias por culpa de sus ideas disparatadas.

También triunfó durante estos años Cosas de hermanas (Sister, Sister), una comedia basada en dos gemelas afroamericanas que fueron separadas al nacer. Y, unos años más tarde, Disney siguió explotando este fenómeno con series infantiles como Raven o Los Proud.

Son muchas las producciones que, durante los noventa y principios de los 2000, nos demostraron que el colectivo afroamericano contaba con una voz muy propia e interesante en el mundo televisivo. Gracias al costumbrismo sin complejos, impactaron como nunca antes lo habían conseguido en occidente. Y, por primera vez, propiciaron debates puramente estadounidenses en todo el globo.

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Juan Carlos Saloz

Juan Carlos Saloz

Periodista cultural especializado en cine, series, cómics, videojuegos y todo lo que tus padres intentaban que evitaras en tu infancia. También director de cine en ciernes, guionista y liante profesional.

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