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La increíble historia de la primera influencer de la historia: Nancy Green

Increíble (y tremendamente racista)

La increíble historia de la primera influencer de la historia: Nancy Green
Randy Meeks

Randy Meeks

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Vivimos en un mundo de influencers: la palabra entró en nuestra vida hace unos años y no se ha vuelto a despegar de nosotros. Influencers de moda, de cine, microinfluencers… Ahora mismo, los anuncios hechos con personas que nos parecen reales funcionan, y en las agencias de márketing lo saben perfectamente. Pero esto no es nuevo, ni viene de ahora: ¿No recordáis a los famosos poniendo su cara para anunciar productos de lo más variopinto? Pues empezó antes incluso de la televisión.

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La influencer primigenia

Hubo una pionera a todas estas personas anónimas que acabaron personificando un producto: la proto-influencer, la primera persona que decidió ser una especie de “mascota” de un producto, fue Nancy Green, que a la postre se convertiría en la primera cara que sería, al mismo tiempo, una marca. Ahora nos parece el día a día, pero en 1893 no era tan común. Y ojo, porque la historia está repleta de racismo, giros argumentales y tristeza: para no creérsela.

Nancy Hayes nació en 1834 como esclava en una granja de Kentucky, en una época donde las cosas estaban empezando a cambiar pero aún faltaban cuarenta años para que todo explotase (literalmente). Durante su infancia cultivó tabaco y cuidó del ganado de la familia Walker, que después la utilizó como sirvienta, cocinera y ama de llaves. Se casó, tuvo cuatro hijos, lo normal en la época. Y entonces llegó la Guerra Civil.

Nancy perdió a su marido y a sus hijos durante la guerra. Tan triste como suena: acabó trabajando como niñera y ama de llaves (ya no esclava) de los Walker en Chicago a inicios de 1870 tras vivir en una cabaña triste y sola. Uno de los hijos de la familia se convirtió en juez y, casi sin comerlo ni beberlo, dio un giro a su vida cuando una marca de tortitas y productos para el desayuno que nació en 1889 le preguntó si conocía a alguien para el papel de una tal Tía Jemima.

La tía Jimena

Aunt Jemima se fundó de la pura casualidad: Chris L. Rutt y su amigo Charles G. Underwood compraron un molino de harina en Missouri y, ante un mercado que en aquel momento estaba sobrecargado, vendieron el excedente en pequeñas bolsas para hacer tortitas. Fueron los pioneros, y triunfaron como nadie. Realmente, “Aunt Jemima” fue un nombre que se encontraron a las afueras de un vodevil y del que decidieron apropiarse. Pero les faltaba, claro, una cara. ¿Quién podía ser?

Nancy Green tenía 59 años y se había vuelto a vestir como una esclava con el propósito del márketing. En 1893, en la Exposición Mundial de Chicago, nuestra protagonista cantaba canciones, contaba historias inventadas sobre la igualdad de razas y la alegría de todos durante la esclavitud en el sur y hacía desayunos con el preparado de Aunt Jemima. En la publicidad de la exposición de podía leer “I’se in town, honey!”, que era una manera racista de imitar la manera de hablar de los esclavos.

Nada más acabar la feria, los propietarios de Aunt Jemima le propusieron un contrato vitalicio para interpretar al personaje. Sin embargo, es más posible que lo que quisieran fuera más los derechos de caricaturizarla que a ella misma. Viajó por todo Estados Unidos durante años hasta que, a los 66, en el 1900, se negó a cruzar el charco para ir a la Expo de París y fue sustituida por otra mujer negra, señal de que ella no les importaba tanto como el personaje en sí mismo.

Historias de esclavitud

Para que os hagáis una idea de cómo era esto: Tía Jemima era presentada como una cocinera leal de la plantación de un coronel en Mississippi, y se inventaban historias sobre su sabor (“La receta es del sur, de antes de la Guerra Civil”), con añoranza por los tiempos de la esclavitud. Otra historia decía que había revivido a un grupo de naúfragos con su comida. Además, se hizo todo tipo de merchandising con su cara, desde muñecos que se podían recortar de la caja hasta ropa para dichos muñecos.

Aunt Jemima pronto tuvo una familia: Tío Rastus (después llamado “Tío Mose”) y cuatro hijos, en cuyo diseño Green no tuvo nada que decir. La influencer, que consiguió poner a la marca en el mapa, seguía trabajando con los Walker como si su cara no estuviese en todos los supermercados hasta que, a los 89 años, falleció en una casa de Chicago junto a sus sobrinos. Por aquel entonces, Aunt Jemima estaba lanzando muñecos de trapo de su personaje con bocas gigantes, sin dientes y con pantalones rotos.

La historia del “esclavo feliz” fue muy común entre las marcas creadas por hombres blancos después de la Guerra Civil, aunque la cosa añadiese aún más dolor al racismo de Estados Unidos: la última actriz en interpretar a Tía Jemima lo hizo en 1964, en Disneyland. ¡Fue incluso amiga de Walt Disney! En 2020, la marca quitó la caricatura racista de sus cajas y en 2021 se anunció que su nuevo nombre sería Pearl Milling Company, el de la empresa original que se fundó en aquel molino de harina. Solo tardaron casi 150 años en darse cuenta de que, por lo que sea, una narrativa basada en la esclavitud solo abría heridas. Qué cosas.

Randy Meeks

Randy Meeks

Redactor especializado en cultura pop que te escribe en webs, revistas, libros, redes sociales, guiones, cuadernos y servilletas si no hay más sitios donde dar la chapa

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