Años 90. Sega y Nintendo están mano a mano en ventas de videojuegos y de consolas. Si uno tiene a Sonic, otro tiene a Mario. Si una saca la Game Boy, contraatacan con la Game Gear un año después. Si Sega lanzaba la Mega Drive, Nintendo hacía lo propio con el ‘Super Mario Bros 3’ y, meses después, con la Super Nintendo. Las espadas estaban continuamente en todo lo alto y los exclusivos eran vitales para ganar una guerra que definía al público gamer de aquella década. Treinta años después, seguir hablando de “guerra de consolas” es, simplemente… ridículo.
Guerra aguada
La batalla a mediados de los 90 fue por los juegos exclusivos: Mega Drive tenía ‘Sonic’, ‘Altered beast’ y su propia versión de ‘Aladdin’ mientras que Nintendo le plantó cara con, claro, ‘Super Mario World’, ‘Donkey Kong Country’, ‘Super Mario Kart’ o… su propia versión de ‘Aladdin’. Hoy por hoy, las exclusivas han dejado de definir a una consola: no solo la mayor parte de los juegos acaban siendo multiplataforma, sino que las mismas empresas… ni siquiera compiten entre sí.
En su día, ser de Nintendo o ser de Sega te infería cierta personalidad. El niño contra el adulto, el popular o el underground. El que sabe lo que es bueno. Sin embargo, ¿qué significa “ser de Xbox”? ¿Y “ser de la Play” o “ser de Nintendo”? Nada. El vacío. Los gritos absurdos por Twitch. Se trata de peleas infantiles absurdas y sin sentido entre plataformas que ni siquiera buscan el enfrentamiento. PS5, Switch y Xbox Series juegan, cada una de ellas, a lo suyo, sin importar lo que hagan las demás.
Nintendo no está tratando de competir con Sony, pero Microsoft también está a lo suyo con el Game Pass y creando un catálogo a base de talegada. No es una guerra, ni tan siquiera una calma tensa: cada una va a lo suyo, sabiendo que, salvo en el caso de la gran N, de su éxito o fracaso no depende el futuro de la empresa: Microsoft y Sony tienen su departamento de videojuegos, sí, pero no son, ni de lejos, el centro de sus empresas. Si mañana Microsoft decide que se acabó Xbox no entra en quiebra precisamente. Y así no hay guerra que haga falta.
Para que haya una “guerra de consolas” tiene que haber empresas que necesiten las consolas para sobrevivir, se vean obligadas a luchar no ya por tener más beneficios que el otro, sino por ser la que quede en pie. Llevar hasta límites de locura el fanatismo por un mando o por un sistema operativo, en 2024, pasa la frontera de lo ridículo. No hay ninguna guerra: solo hay soldados sueltos en busca de un conflicto inexistente.
