Ah, IKEA: el sitio donde se entra con la ilusión de construir un hogar juntos y se sale prácticamente firmando el divorcio. Sus plantas, a pesar de los convenientes atajos, son pozos repletos de diferentes opciones que decidirán tu vida. ¿Estanterías blancas? ¿O mejor negras? ¿Nos gastamos un poco más en un buen mueble para la televisión? ¿No necesitamos una rinconera? Y lo peor de todo: ¿Hay alguna manera de pronunciar sus nombres sin caer en el más absoluto de los ridículos?
¿Y qué, ah?
A cambio de los precios bajos, IKEA es una escape room en la que tratar de pronunciar bien nombres como Nackanäs, Buskbo o Mosslanda sin caer en el ridículo. Seguro que más de una vez, entre chiste y chiste, te has preguntado “¿Pero de dónde se sacarán estos nombres?”. Tenemos la explicación, aunque no es tan divertida como crees.
Resulta que todos los nombres de Ikea son lugares suecos o nombres de árboles y flores. Por ejemplo, Toftan, un pack de papelera, dispensador de jabón y lugar para poner los cepillos de dientes, es en realidad un precioso lago con partes que han sido elegidas patrimonio mundial por la UNESCO. Un poco como si nosotros exportáramos escobillas de baño y las llamásemos Covadonga.
Una de las lámparas de techo más trendy y famosas de todo Ikea, Höljes, es, en realidad, un pueblecito de unos cien habitantes en mitad del bosque donde originalmente se quedaba la gente que emigraba desde Finlandia. ¿Ektorp, uno de los sofás más conocidos de la tienda? Un barrio de Estocolmo. ¿Askersund, una puerta de cocina de madera súper moderna? Un pueblecito cerca del lago Vättern donde los suecos pasan las vacaciones.
Pero no solo de pueblos vive la tienda de muebles: Ullvide, una sábana bajera, es el nombre que allí tiene una especie de sauce, el Salix Lanata. Stodja, un organizador de cubiertos, significa “apoyo” en sueco. Ödmjuk, una taza de café y, al mismo tiempo, “humildad”. Knutstorp, una silla y el castillo donde nació el astrónomo Tycho Brahe.
Y es que el fundador de Ikea, Ingvar Kamprad, padece de dislexia y poner números se le hace muy complicado, así que decidió llamar con nombres propios a sus muebles. El resultado, tan divertido para los clientes (dentro de lo que cabe) como original. Ya que te lo estás preguntando: sí, Billy no es un sitio de Suecia, sino el director de márketing de la empresa, que necesitaba una estantería para poner libros y cuyos deseos fueron concedidos (junto con los de medio mundo, para qué engañarnos, no hay casa de clase media sin Billys).
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