La NASA ha conseguido que la sonda Voyager 1, que lleva 47 años viajando por el espacio, envíe datos de ingeniería por primera vez desde el 14 de noviembre. Hasta ahora, lo único que la nave podía enviar era un galimatías.
Estamos tan acostumbrados a ver cómo la tecnología se desvanece rápidamente en la obsolescencia que es fácil considerarla fundamentalmente efímera. Incluso los mejores smartphones no suelen pasar de los 6 años de uso.
Por lo tanto, resulta un tanto sorprendente encontrar no una, sino dos piezas de tecnología compleja que han estado funcionando por sí solas durante casi medio siglo mientras se encontraban a 24.000 millones de kilómetros de la Tierra.
Cinco años de esperanza de vida y vamos camino de los cincuenta en activo
Cuando se lanzaron las Voyager 1 y 2 en 1977, solo se esperaba que funcionaran durante cinco años y se retiraran poco después de sus visitas a Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. Sin embargo, su vida útil se ha multiplicado por 10 a pesar de haber atravesado los mortíferos cinturones de radiación de Júpiter y de haber estado expuestas durante décadas a los rayos cósmicos y al frío intenso mientras se alejaban del sistema solar.
Se trata de una cifra impresionante para una nave espacial que utiliza microchips desarrollados antes de que los primeros ordenadores de sobremesa salieran al mercado. Es aún más impresionante si se tiene en cuenta que el equipo que lanzó las misiones Voyager hace tiempo que se jubiló o murió y que los manuales que dejaron están amarillentos por el paso del tiempo.
Lo único comparable son los misiles balísticos intercontinentales Minuteman de Estados Unidos, que siguen funcionando con disquetes de ocho pulgadas, al igual que el sistema de control del tráfico aéreo estadounidense.
A lo largo de los años, el Control de Misión ha cuidado a los Voyager para prolongar su vida útil. Los sistemas que no se utilizan se apagan y los que se apagan se recuperan para sustituir a los que fallan. También hay que tener en cuenta la delicada gestión de la energía, ya que los ingenieros vigilan de cerca los sistemas de energía nuclear, que inevitablemente agotan su combustible de plutonio.
Sin embargo, todo esto sería inútil sin los ordenadores de a bordo, que no solo recogen y transmiten datos científicos a la Tierra, sino que también devuelven telemetría de ingeniería vital sobre los sistemas de cada nave.
El pasado mes de noviembre, la Voyager 1 sufrió un fallo alarmante al enviar lo que solo puede describirse como una sarta de galimatías. La sonda seguía recibiendo órdenes, pero los ingenieros no tenían ni idea de lo que estaba pasando.
Desde entonces, se ha intentado corregir el problema, pero se trata de un ejercicio largo y tedioso, ya que cada señal de radio enviada tarda 45 horas en obtener respuesta debido a las enormes distancias interplanetarias.
Afortunadamente, una señal enviada en marzo hizo que Voyager 1 enviara un volcado de toda su memoria. Esto permitió a los ingenieros reducir el problema a un único microchip que, o bien se había desgastado, o bien había sido alcanzado por una partícula de rayo cósmico.
Según la NASA, el Control de la Misión ha ideado una forma de solucionar el problema del chip dañado, aunque los ordenadores primitivos, con sus diminutas memorias, lo hacen un poco difícil.
El método consiste en dividir el código afectado en secciones y trasladarlas a distintas partes del subsistema de datos de vuelo (FDS). Lo difícil es etiquetar las distintas secciones y hacer que vuelvan a funcionar juntas como un todo.
Si esta reparación tiene éxito, la NASA espera conseguir que la Voyager 1 envíe de vuelta sus datos científicos con una reparación similar.
