Dungeons & Dragons: Honor entre ladrones ha resultado ser una película encomiable que ha conquistado a los fans de la saga con su humor blanco y su buena dosis de aventura y monstruos. Con un 89% de críticas positivas en Rotten Tomatoes —mucho más que su competidora ¡Shazam! 2—, la película parece haber sabido aprovechar la marca que defiende.
Sin embargo, mucho antes de que Chris Pine encabezara al divertido grupo de ladrones de esta película, otro filme de Dungeons & Dragons salió a la luz… y no fue tan bien como cabría esperarse. En el año 2000, Courtney Solomon llevó a cabo su ópera prima —sí, esta fue su primera película y una de las pocas que hizo en su carrera— con esta adaptación del juego de rol. Y, aunque no pintaba demasiado mal, la producción resultó ser un desastre.

La locura hecha película
Lo peor de la película, más allá de los efectos especiales baratos y de un diseño de producción escaso, es su guión. La trama de la película es tan confusa como una mazmorra sin mapa. Hay un malvado hechicero llamado Profion—interpretado por Jeremy Irons, de quien ahora hablaremos— que quiere controlar el mundo. Pero se las verá contra un grupo de héroes, los protagonistas, que deben encontrar un artefacto mágico para detener al mago. Ah, también sale un dragón, supongo que por hacer honor al título.
Lo curioso es que el plantel protagonista cuenta con actores de primerísimo nivel en el momento: Marlon Wayans, Thora Birch y el ya citado Jeremy Irons. Este último es un enorme actor, y nadie tiene dudas ya de ello, pero en esta película se viene tan arriba que parece estar en una producción completamente diferente.
Mientras los “buenos” se mantienen fríos, sobrios e intentando rebajar el tono de la película, Irons lleva a cabo aquí la actuación más loca de su carrera. Y si no os lo creéis, mirad el siguiente vídeo en el que han rememorado sus momentos más extraños en el largometraje. No tiene desperdicio.