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Hay vida, online, después de Microsoft Word (I): Introducción

Damien Rasson

Damien Rasson

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Hasta donde yo recuerdo, hice mis primeros pinitos periodísticos con Microsoft Word, empezando por las desmañadas gacetillas en el periodicucho universitario hasta mi estreno en la piel de un jovencísimo aprendiz, desgraciadamente cautivo de un salario mínimo interprofesional que, eso sí, más quisieran los mocosos engominados como jugosa paga semanal. Por lo menos, esta experiencia me sirvió para codearme con la crème de la crème de los procesadores de textos de la época: Microsoft Word.

Así que, lo admito, Word siempre ha estado conmigo, a mi lado, aguantando mis lapsus y otros tantos gazapos aunque, un momento,… seguro que no soy el único en pertenecer a esta generación Word, apuesto a que tú también te iniciaste con Word, diseñando horrendas tarjetas de felicitaciones con muñequitos de su librería Clip Art… qué tiempos aquellos, en un soplo se hacía un cartel para el concierto de rock de tu cuadrilla. Ahora hemos cumplido los 30, y justo cuando nos habíamos convertido en sofisticados expertos que se saben el Word al dedillo, incluso cotizados maestros de las macros o paginación, vienen los chavales enrollados a decirnos que Word está “out of date”,…¿cómooor? Out of…

¡Que Word tenía fecha de caducidad! Y yo sin saberlo. Si bien es cierto que Word dejo a muchos cadáveres por el camino, imponiéndose a la competencia (¿alguien en la sala recuerda al WordPerfect?), hoy las cosas están cambiando. Hemos entrado en la era de la Web 2.0, y enfatizo bien WEB2.0, bienvenido al maravilloso mundo de los servicios y aplicaciones online; y los procesadores de texto no están excluidos, ya hay un buen puñado de ellos como Google Docs, BuzzWord, WriteBoard, WriteWith, ZohoWriter, Thinkfree y unos cuantos más y, el esperadísimo Office Live (la versión online de la suite de ofimática más famosa y popular de la historia, sí pero no nos precipitemos,… veremos por qué más adelante).

Todo esto para deciros que en una próxima serie de entradas, publicadas en varias entregas, me prestaré al juego de probar y desgranar las virtudes y puntos flacos de los procesadores de texto de la generación web 2.0. Pero antes de darme un buen atracón de textos, tablas y demás listas de pestañas, me da por sincerarme un poco: en los últimos tiempos, unos cuantos meses, he dejado de usar de forma alevosamente discriminatoria Word, sólo lo ejecuto en caso de emergencia, cuando tengo mono de Word o cuando el trabajo de edición requiere algo muy robusto, completo a más no poder, y con la interfaz a la que, en todos esos años, pues… ¡carajo, qué queréis que os diga!, le he tomado cariño.

¡Próximamente!

Damien Rasson

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